LA LIBERTAD DE SER.
La libertad de Ser tiene que ver con
la autonomía para aceptar lo que verdaderamente somos. Somos tal como Dios nos
creó, a su imagen y semejanza, con capacidad para co-crear nuestra propia
realidad.
Nos hemos acostumbrados a hablar del
libre albedrio. Y como tal, esa expresión pareciera indicar que podemos hacer
con nuestra vida cualquier cosa, y orientarla en la dirección que nos provoque.
Sin embargo, eso no es así.
La vida tiene su propio sentido, su
ritmo particular. Y en nosotros está decidir si nos movemos con ella en esa
frecuencia, o permitimos que la vida haga lo que quiera.
Luego de mucho escudriñar y leer, el
concepto del libre albedrio que manejamos no es más que una manipulación que te
hace creer que tienes la posibilidad de elegir un camino particular, cuando
realmente lo único que puedes elegir es cómo interpretas lo que te sucede.
Tú decides quien quieres ser. Es allí donde se encuentra tu libre albedrio,
nos dicen. Sin embargo, hay muchas cosas que suceden sobre la cual no tenemos
control. Guerras, hambrunas, revoluciones, malas decisiones sociales, desastres
naturales y pare usted de contar. Lo
único que podemos hacer en esos casos, es tener una mirada fresca acerca de lo
que sucede, a fin de cambiar nuestra percepción y buscar la forma de alcanzar
nuestros objetivos, cualesquiera que ellos sean.
Pero eso nos lleva a buscar
alternativas entre las cuales podemos avanzar, dicho sea de paso, haciendo uso
de herramientas tales como un análisis estratégico de la situación, que por
cierto, no se parece en nada al libre albedrio. Todo lo contrario. Esa
evaluación lleva a estudiar las distintas alternativas, ver cómo nos adaptamos,
y escoger aquella que más se alinee a nuestros intereses particulares en esos
momentos. De hecho, si cambian los objetivos, pues entonces también cambiarán
las posibles estrategias.
Por lo tanto, hablar de la libre
escogencia de nuestra actuación es un poco arrogante, por no decir inútil. Lo
que podemos hacer, es ajustar las interpretaciones de lo que sucede a fin de
orientar los esfuerzos en la dirección que parece apropiada en determinado
momento. Es allí donde aparece la
libertad de Ser.
Esa libertad implica que existe la
posibilidad de cambiar mi forma de mirar el mundo y decidir con facilidad hacia
donde quiero enfocar mi atención.
Esa capacidad de decidir cómo veo lo
que sucede, me permite evaluar alternativas. Y tomar decisiones para permitir o
no, aprobar, negar o aceptar, lo que sucede.
Si doy permiso, eso significa que simplemente acepto lo que pasa, y como
consecuencia, acepto la realidad tal como es.
Cuando comienzo a aceptar la
realidad tal como sucede, y empiezo a desapegarme de lo que quiero que sea, puedo
apreciar las diferentes posibilidades que aparecen. Entendiéndola de esta
manera, se abren distintas miradas acerca de lo que pasa, y entonces, puedo
simplemente disfrutar del proceso.
La libertad de Ser nos ayuda a
aceptar aquello que somos, aquello que es. Cuando enfrentamos lo que sucede, o
buscamos explicaciones sin aceptarlas, nos oponemos a lo que está pasando.
Cuando aceptamos y abrazamos el proceso, podemos iniciar ese viaje que se conoce
como Sanación.
Por ejemplo, si tenemos un malestar,
un dolor, una emoción que no nos gusta, que nos inquieta, lo que tenemos es que
aceptar como nos sentimos, ya que de alguna manera, es la forma como se está expresando
nuestro Ser.
El hombre está a medio camino entre
el cielo y la tierra, donde el Ser es el cielo, lo creativo, lo sublime y la
tierra es lo receptivo, lo material. Entre esos dos extremos se produce la
vida, se transforma y extiende.
Somos una manifestación divina en
este plano físico, dónde el Ser se muestra a través de sensaciones que se
reflejan en nuestro cuerpo físico.
Aceptar lo que somos, lo que sentimos, nos permite fluir. Es nuestra enseñanza. Es necesario manejar las
energías que están entre ambos extremos, que conectan lo sublime y lo material.
No podemos cambiar nuestro Ser, que
de hecho es pleno y perfecto tal como es. No podemos cambiar nuestro cuerpo, ya
que es neutro y es un instrumento de aprendizaje. Solo podemos cambiar lo que está
en el medio de los dos, y eso es la energía que conecta esos extremos, y
nuestra mente en todas sus partes. La mente no es visible ni tangible. Nos
dicen los yoguis que la mente tiene cuatro componentes:
1. Manas: La mente, cuyas funciones son
pensar, dudar y desear.
2. Buddhi: El intelecto. Discrimina y
toma decisiones.
3. Ahamkara: El Ego. Donde se encuentra
registrada nuestra historia, y se siente separada de la Fuente.
4. Chitta: El subconsciente, almacén de
experiencias y memorias pasadas.
Dice el Maestro Suami Vishnu
Devananda, “… la mente no está en el cuerpo físico, como por ejemplo el
cerebro, sino que está en su cuerpo astral. Su magnitud no puede medirse, ya
que comprende los sentimientos, ideas e impresiones de esta vida y de otras
pasadas, así como el conocimiento intuitivo de lo que ha de venir.”
Por otro lado, UCDM (Un Curso De
Milagros) (Cap.2.V.1.7-11) nos dice: “Es esencial recordar que sólo la mente
puede crear, y que la corrección solo puede tener lugar en el nivel del
pensamiento. Para ampliar algo que ya se mencionó anteriormente, el espíritu
(Ser) es perfecto, y, por lo tanto, no requiere corrección. El cuerpo no
existe, excepto como un recurso de aprendizaje al servicio de la mente. Este
recurso de aprendizaje de por sí, no comete errores porque no puede crear. Es
obvio, pues, que inducir a la mente a que renuncie a sus creaciones falsas es
la única aplicación de la capacidad creativa que realmente tiene sentido.”
Como vemos, es nuestra mente la que
interpreta lo que sucede y es capaz de crear falsamente, por lo cual, dentro de
estas creaciones falsas estarían situaciones tales como la enfermedad. Cuando manejamos inadecuadamente las
energías, estas afectan nuestros sistemas de forma tal que generan
desequilibrios, conduciéndonos a diferentes patologías.
No es que queremos enfermar, pero
somos los únicos responsables de lo que sucede. Somos capaces de crear todas
esas situaciones, y así como podemos crearlas, también podemos decidir
resolverlas, siempre y cuando tengamos la voluntad de entender qué fue lo que generó
dicho desequilibrio.
A veces, nos cuesta aceptar las
razones que nos llevan a enfermar, pero todas ellas tienen alguna raíz en lo
que pensamos, y en la manera como reaccionamos ante ello.
Cuando somos capaces de aceptar
libremente esas manifestaciones de energía en nuestro cuerpo, es posible tomar
acciones que conduzcan a nuestra sanación.
Este es un proceso largo. Las
enfermedades no aparecen de la noche a la mañana. Son resultado de la
acumulación de pensamientos que son capaces de crear, así como de destruir.
Recordemos que la energía no se crea ni se destruye, tan solo se transforma. Así como tarda la energía en manifestarse para
generar consecuencias, los cambios que introducimos en la manera como vemos el
mundo, también toman su tiempo. Ese
tiempo es lo que demora el proceso de manifestar la energía apropiadamente. Recordemos
que el Ser nunca está enfermo; lo que se enferma es el cuerpo, y tampoco es así
propiamente, ya que él es neutro, sino que de alguna manera muestra un
desequilibrio, producido por nuestros propios pensamientos, nuestra mente, que conducen
a una transformación, y en algunos casos a generar dolor y sufrimiento, consecuencia
de castigos auto-infringidos, resultado de la miopía para ver posibles salidas
a las situaciones a las que hemos creado.
Aceptemos lo que sucede,
simplemente.
Nada real puede ser amenazado.
Nada irreal existe.
En esto radica la paz de Dios.
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