CONVERSACIONES PRIVADAS.
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CRUZANDO EL RÍO
Un
anciano Maestro Zen y dos discípulos caminan en silencio a lo largo de un
sendero. De pronto, al llegar a un riachuelo, descubren a una hermosa muchacha
que, sentada en una orilla, contempla provocativa y sonriente a los tres
caminantes que se acercan.
No
hay que estar ciego para reconocer la perturbación que la joven ejerce en los
dos discípulos que, en seguida, se percatan del radiante atractivo de su cuerpo
y del brillo chispeante de su mirada.
"¿Quién
de los dos jóvenes me tomaría para ayudarme a cruzar el río?" pregunta
ella con frescura y seducción provocadora.
Los
dos discípulos se miran entre sí, y a continuación dirigen un gesto
interrogante al maestro que todo observa.
Éste,
mira con profundidad a cada uno de ellos, sin desvelar palabra.
Tras
un largo y tenso minuto de contradicción y duda, uno de los discípulos avanza y
tomando en los brazos a la muchacha, cruza el río entre caricias y sonrisas
delicadas.
Al
llegar a la otra orilla, se regalan un cálido beso y se despiden con ardiente
mirada. Al momento, el joven da media vuelta y se reintegra sonriente al grupo
que de nuevo, camina adelante por la senda.
El
rostro del discípulo que ha permanecido junto al Maestro se muestra turbado, no
cesando de proyectar interrogadoras miradas al impasible y silencioso anciano
que tan sólo observa.
Pasan
las horas mientras el grupo avanza silencioso por entre montañas y valles, pero
la mente y el corazón del discípulo que no ha cruzado el río, siguen
enganchados y obsesionados por el deseo hacia la bella muchacha que lo
obsesiona. Al parecer, no se siente capaz de romper su voto de silencio, como
tampoco de liberarse del deseo y del recuerdo que lo encadena.
Al
anochecer, sus movimientos no parecen habituales, ya que se quema con el fuego
que enciende, derrama el té de su cuenco y, además, tropieza con la raíz de un
árbol haciendo gala de su desatención y torpeza.
Tras
cada error, su mirada siempre encuentra el rostro impasible y ecuánime del
anciano que le observa sin juicios ni palabras.
De
pronto, la tensión llega a ser tan atormentadora que rompiendo un silencio de
semanas, interpela al maestro diciendo con rabia:
"¿Por
qué no has reprendido a mi hermano que rompiendo las reglas de la sagrada
sobriedad, ha encendido el fuego de su erotismo con la muchacha del río? ¿Por
qué? ¿Por qué no le has dicho nada? ¡No me digas que la respuesta está en mi
interior porque ya ni oigo ni veo nada con claridad! ¡Necesito entender! Dame
una respuesta", suplica.
El
anciano dedicándole una mirada integral de rigor y benevolencia, responde con
serenidad y contundencia:
"Tu
hermano tomó a la mujer en una orilla y la dejó en la otra.
Mientras
que tú tomaste a la mujer en una orilla y:
NO
LA HAS DEJADO TODAVÍA".
Tomado del libro: Relatos para Aprender, de José María Doria
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Mientras que uno de los monjes cortésmente pasó a la
muchacha de un lado al otro del río, el otro monje estuvo carcomiéndose las
entrañas lleno de deseo y pensando en lo malo que su compañero había hecho, juzgando
durante todo el camino, e inclusive manifestó su molestia a su maestro en una
agria crítica sobre por qué no había hecho ningún reclamo u observación a la
conducta del compañero.
A lo largo de ese día, y durante todo el recorrido,
el monje mantuvo sobre sus hombros una carga innecesaria: sus propios
pensamientos, su propia molestia, su ardiente deseo. Durante el viaje alimentó constantemente esa incomodidad,
ese desagrado, esa culpa, esa rabia, a todas luces innecesaria, porque como
bien le contesta su maestro al final: “NO LA HAS DEJADO TODAVÍA”.
Sin embargo algo que vale la pena revisar, lo cual es
una enseñanza importante, es que al final, el monje luego de mantener su conversación
privada a lo largo del día, se decide a increpar a su maestro y criticarle por
su inacción en cuanto a lo que para él representó una afrenta increíble a sus
votos de castidad.
Veamos la incomodidad generada por el juicio que
mantuvo a lo largo del trayecto, y lo que esa molestia genero al final. Una situación
de disgusto innecesaria, hasta que por fin se dio una conversación, que resolvió
la especulación mental que mantenía en su cabeza de forma innecesaria.
Cuantas
veces tenemos algo que nos molesta y le damos vuelta y vuelta en nuestra
cabeza, y no encontramos la manera de resolverlo. Cuantas veces no hemos
experimentado una incomodidad creciente porque creemos que algo que ha sucedido
nos perjudica, pero como decimos en criollo, nos pagamos y damos el vuelto, sin
resolver el problema.
A esas
conversaciones les llamamos conversaciones privadas. La mayoría de las veces son
inútiles porque no conducen a ninguna solución, sino todo lo contrario, nos
quedamos rumiando nuestra incomodidad sin encontrar respuestas adecuadas a la
misma.
Las
conversaciones de juicios personales son aquellas que mantienes contigo y se
convierten en conversaciones privadas. En
esas conversaciones el individuo se distrae en un grupo de juicios y
pensamientos en los cuales está presente la queja, el victimismo y la culpa.
¿Hay
soluciones en esas conversaciones? No hay soluciones.
¿Se
pueden lograr acuerdos? No se pueden lograr acuerdos.
¿Es
posible resolver aquello que te inquieta? No hay manera.
Esas
conversaciones lo que hacen es incrementar la molestia y generar un consumo
innecesario de energía interior, pues se mantiene activa la emoción que te
molesta, ya sea el miedo, la rabia, la tristeza, la depresión, la preocupación,
etc.
Esas
conversaciones nos mantienen pegados en el modo queja, sin encontrar salida. Culpamos
al mundo por lo que creemos que éste nos ha hecho, sin entender que la única
manera de obtener resultados es buscando alguna solución que sea conveniente.
En caso
de que la conversación privada sea resultado del juicio a un tercero, para
resolverla es menester conversar con esa persona para generar acciones que
permitan solventar la situación. En caso
de que no sea una acción la que queramos resolver, sino explorar posibles alternativas
de solución, se hace necesario trabajar en una conversación para coordinar nuevas
acciones.
Si
la conversación pendiente tiene que ver con la incomodidad que creemos tener
para conversar con esa persona, entonces es necesario diseñar una conversación para
generar posibles conversaciones, ya sea con un tercero que haga de puente con
el otro o que podamos plantear una posible conversación que allane el camino a
una posible respuesta.
Lo importante
en cualquiera de las conversaciones donde obtenemos respuestas, es que se crea
un espectro de alternativas para alcanzar acuerdos. Es por esto que debemos
salir de la conversación privada, que no es más que un instrumento inútil y
desgastante que no ayuda a resolver situaciones, si no, todo lo contrario, genera
más incomodidad e imposibilidades.
¿Cuál es tu opinión luego de esta reflexión?
¿Qué te llevas?
CONTACTO:
Mi nombre es Francisco De
Lisa. Soy profesor y coach y me dedico a apoyar, asesorar, entrenar,
hacer mentoría y coaching a individuos, emprendimientos y
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Quiero crecer contigo. Cada sesión, facilitación o entrenamiento es un aprendizaje.
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